Chita Rivera fue una de las grandes del teatro musical estadounidense de todos los tiempos, una pionera y perfeccionista cuyas actuaciones magnéticas en decenas de producciones de Broadway trajeron alegría a millones y capturaron la valentía y la gracia de Estados Unidos.

Con un espíritu incontenible, era la tercera hija de servidores públicos –su madre era empleada del Pentágono y su padre clarinetista de la Banda de la Marina de los Estados Unidos–, se mudó a Nueva York para bailar a los 15 años. Durante las siguientes siete décadas, construyó una carrera deslumbrante, protagonizando papeles de mujeres icónicas y fuertes en clásicos desde West Side Story, Bye Bye, Birdie, Chicago y Kiss of the Spider Woman, abriéndole el camino a generaciones de artistas latinas.

Chita ganó tres premios Tony, el Kennedy Center Honors y la Medalla Presidencial de la Libertad, pero nunca dejó de poner el trabajo en primer lugar. Superó altibajos con resiliencia, incluido un devastador accidente automovilístico que le destrozó la pierna y la dejó con tornillos de metal en los huesos, solo para verla volver a la cima y llevar a cabo actuaciones que le valieron nominaciones al Tony hasta bien entrados los 70 y 80 años.

El trabajo de Chita, fascinante bailarina, cantante y actriz, fue más que entretenimiento: refleja parte de quiénes somos como estadounidenses y como seres humanos, y ha ayudado a moldear la forma en que nos vemos unos a otros y a nuestro mundo. Chita sabía lo que saben los grandes estadounidenses: lo importante no es la fuerza con la que caes, sino la rapidez con la que te levantas. Su deslumbrante encanto vivirá en el alma de nuestra nación.

Nuestro amor hoy para la hija de Chita, Lisa; a los hermanos de Chita, Julio, Armando y Lola del Rivero; y a sus generaciones de fans.

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